Después de haber enseñado durante diez años, en diversos seminarios, se retiró para consagrarse a la redacción de varias obras: La ascética cristiana; La mística divina distinta de los engaños diabólicos y de las analogías humanas. Muy dueño de si mismo, severo hasta la austeri-dad, intransigente y apasionado por todo lo que le parecía ser el bien y la verdad. Para tener éxito en todo y ganar las simpatías que se merecía, le faltó el espíritu de conciliación, de dulzura, de indulgencia, que había de adquirir con el tiempo, a medida que su alma, naturalmente austera y voluntariosa, se armonizaba con el modelo supremo del sacerdote: Jesucristo [Sacado de la Semana Católica de Toulouse, cuando falleció en ]. Este texto explica porque J. Ribet escribe dos tomos, uno dedicado a la Madre Marie de Villeneuve Hauterive, el segundo a la Madre Seraphine Lequeux, fallecida enjusto dos años antes del cincuentenario. No duda en hacer de ella la co-fundadora. Tiene la ventaja, como Mr.
Época la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la admiración de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida. Empecé a acompañar —una gota entre la corriente— el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado —porque estaba casi lleno de libros— y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación. Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy alambrada, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Contacto, sobre mi corazón excitado, estaba el mar. Debía parecer una figura extraña con mi aspecto risueño y mi viejo abrigo que, a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas, defendiendo mi maleta, desconfiada de los obsequiosos camalics.
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