Hablamos lenguajes diferentes, entendemos el amor de manera diferente, tenemos objetivos diferentes. Ellos quieren sexo y poder, nosotras queremos amor. Ellos aman su libertad, nosotras les amamos a ellos. El patriarcado educa a los hombres para que aprendan a diferenciar el sexo del amor.
Da igual. Por eso pregonó en alguna ocasión que su madre era Elisabeth de Alemania y su padre Otto Ludwig Lagerfeldt de Suecia, siendo que, aunque la familia poseía una acantonamiento económica acomodada, de noble o de sueca no tenía ni la bruma, y también se dedicó a dar versiones diferentes sobre la adopción de las gafas oscuras como una género de extensión de su cuerpo. A un reportero del Zeit Magazin Mann, en cambio, le aseguró que había comenzado a usar los lentes de sol luego de que el aprovechamiento de gafas evitara que fuera baja en un ojo cierta vez que se halló en medio de una trifulca y un hombre lo golpeara por accidente a la altura del rostro. Pero la cosa no quedó en ofrecer versiones diversas de su propia historia. El pelo empolvado y amarrado en coleta, los trajes oscuros con cuellos imponentes, los guantes sin dedos y las infalibles gafas oscuras lo transformaron al tiempo en un ser icónico, pop, en un producto de alcance masivo. Uno sabía quién era Karl Lagerfeld incluso sin quererlo. Su imagen se hizo tan inconfundible como el peinado de los Beatles, la barriga de Homero Simpson o los movimientos de cadera de Elvis Presley. Pero una estampa tan reconocible no bastaba, al menos no para él. Ese individuo visionario e incansable que haremos un intento por adjetivar a continuación.